Metaética o lógica de la moral

La ética descriptiva pone de relieve lo que la mayoría de la gente cree que es correcto o incorrecto, en cambio, la ética normativa deja a un lado los prejuicios para analizar lo que las personas deberían considerar bueno o malo, es decir, determina los principios éticos. Se refiere al aspecto de la ética que tiene que ver exclusivamente con la formación y elaboración de las normas sociales, pero no con su seguimiento o cumplimiento, porque esto ya sería el aspecto fáctico de la ética.Existe un nivel anterior a la ética normativa: la metaética. La metaética o ética crítica es la reflexión sobre los llamados problemas fronterizos que constituyen el horizonte último de la reflexión ética, es decir, más que defender determinados principios éticos, se dedica a analizar el significado de los términos del lenguaje moral (bien, bueno, virtud, valor, ética, prescripción, valoración, conciencia, etc.) y de los enunciados éticos, e indaga el método de justificación de esos enunciados y principios mediante un metalenguaje. Por ello, podemos afirmar que la metaética es la antesala de la ética normativa.

Así como hay diversos tipos de éticas normativas, normalmente llamados sistemas éticos o morales (éticas teleológicas, éticas consecuencialistas, éticas deontológicas, etc.), también hay diversos tipos de metaéticas.

La Ética es la rama de la filosofía que estudia qué conducta humana es buena y cual no. La primera cuestión metaética es definir qué se entiende por un acto moralmente bueno. El concepto de «bueno» es el problema central de la Ética. Según cómo se aborda esta cuestión aparecen dos tipos de teorías metaéticas: las metaéticas descriptivistas y las metaéticas no- descriptivistas.

Todas las teorías descriptivas (excepto el naturalismo ético) y todas las variantes del no-descriptivismo son teorías semánticas, no ontológicas.

Teorías éticas descriptivistas

Las teorías éticas descriptivistas también son conocidas como teorías realistas o cognitivistas. Las teorías descriptivistas afirman que, mediante el uso de la razón, es posible llegar a conclusiones éticas que deben ser reconocidas racionalmente. En términos generales, se dividen en naturalismo e intuicionismo.

La disputa entre naturalismo e intuicionismo se refiere a si las condiciones de verdad o los juicios morales, que según el descriptivismo les dan su significado, están o no determinados por definiciones (o, en sentido más amplio, por explicaciones de significado) sólo referidas a verdades o propiedades no morales. Los naturalistas consideran esto posible; en cambio, los intuicionistas piensan que ninguna definición o explicación semejante puede captar el significado de los términos morales.

Naturalismo ético

El naturalismo sostiene que los términos éticos describen propiedades observables de las cosas, y que por lo tanto las proposiciones éticas, como por ejemplo «matar es malo», describen hechos empíricos (normalmente estados psicológicos o comportamientos), como por ejemplo los enunciados que hacen referencia a preferencias o actos de aprobación. El utilitarísmo, como ética teleológica o consecuencialista, es una corriente ética que hace uso del naturalismo.

Según el naturalismo:

– Los términos éticos se refieren a propiedades definibles.
– Los enunciados morales pueden ser verdaderos o falsos.
– Los enunciados morales son empíricos (científicos).

El naturalismo fue criticado por David Hume (1711-1776). Hume denunció que muchos escritores hablaban sobre lo que debería ser -proposiciones prescriptivas- derivándolo de lo que las cosas son -proposiciones descriptivas- (realismo descriptivista), a lo que se le conoce como la ilegitimidad del paso del «es» al «debe»:

«En cada uno de los sistemas de moralidad con que hasta la fecha me he tropezado he observado que invariablemente el autor procede, durante un cierto tiempo, razonando a la usanza ordinaria (estableciendo, por ejemplo, la existencia de Dios, o haciendo observaciones relativas a los asuntos humanos) pero, de pronto, me encuentro sorprendido al comprobar que, en lugar de la cópula ES que, usualmente interviene en las proposiciones, ha dejado paso al verbo DEBE. El cambio es casi imperceptibie, pero reviste, sin embargo, la máxima importancia. Porque, dado que dicho DEBE expresa una relación de nuevo cuño, es menester tomar nota del mismo y explicarlo». David Hume, Tratado de la naturaleza humana (1740) (libro III, parte I, sección I)

Hume pide a los escritores que se pongan en guardia ante estos cambios sin aportar explicaciones acerca de cómo se supone que las proposiciones prescriptivas (imperativas) deben de seguirse de las descriptivas (declarativas). La cuestión de ¿con qué exactitud se puede derivar el ‘deber’ del ‘ser’? ha llegado a ser una de las cuestiones centrales de la teoría ética, y a Hume se le adjudica normalmente la opinión de que tal derivación es imposible (otros interpretan que Hume no dijo que una aserción fáctica no puede devenir en una aserción ética, sino que no podía hacerse sin prestar atención a los sentimientos humanos). Hume es probablemente uno de los primeros escritores que realizó una distinción entre lo positivo (lo que es ) y lo normativo (lo que debería ser).

Para que una conclusión sea una prescripción, debe haber al menos una prescripción entre las premisas. Además, deben ser prescripciones aceptables.

Posteriormente, en Principia Ethica (Principios éticos) (1903), George Edward Moore (1873-1958) defendió una posición similar a la de David Hume con su argumento de la pregunta abierta, en un intento de refutar cualquier ligazón entre las propiedades naturales y las propiedades morales (a tal ligazón la llamó «falacia naturalista»), afirmando que los enunciados morales no son empíricos:

«(…) cualquiera que sea la definición que se proponga, siempre ha de ser posible preguntar, con significación acerca de lo complejo así definido, si es bueno en sí mismo». George Edward Moore, Principia Ethica

«sostener que a partir de toda proposición que afirme que «la realidad tiene esta naturaleza» podamos inferir o confirmar una proposición que afirme «esto es bueno en sí», equivale a cometer la falacia naturalista» George Edward Moore, Principia Ethica

Formulamos de forma más clara el argumento de la pregunta abierta. Éste iría como sigue:

(A1) Sea N la expresión que define «bueno»: bueno es, por definición, N.
(A2) Si (A1), entonces hacer la pregunta «¿ese objeto o, que es N, es bueno?» sería de escaso interés. Sería como preguntar, «¿ese individuo o, que es soltero, está casado?».
(A3) Pero es claro que la primera pregunta formulada en (A2) es relevante y de interés, y no tiene respuesta obvia.

Por lo tanto, lo afirmado en (A1) no es el caso y N no define «bueno», sea lo que sea N. Por lo tanto, Moore dice que la falacia naturalista es «el fracaso en distinguir claramente esa única e indefinible cualidad de lo que llamamos lo bueno».

Moore distingue dos grupos de filosofías responsables y culpables de cometer la falacia naturalista:

– Ética de tipo naturalista: basa la ética en la naturaleza, defendiendo que el bien es algo que se identifica con cosas que existen en el tiempo. Según Moore, un ejemplo sería el hedonismo, ya que identifica «bien» con «placer».

– Ética de tipo metafísico: basa la ética en la metafísica, defendiendo que el bien en términos metafísicos, es decir, en términos de o por referencia a una realidad suprasensible que trasciende la Naturaleza y no existe en el tiempo. Según Moore, un ejemplo sería la ética de Baruch Spinoza (1632-1677), porque nos dice que nos tornamos perfectos en proporción a cuanto estamos unidos con la Substancia absoluta, nombre que él daba al amor intelectual de Dios. Otro ejemplo lo constituyen aquellos que dicen que nuestro fín último, el bien supremo, es la realización de nuestro «verdadero yo», pero el «verdadero yo» no es nada de lo que existe aquí y ahora en la Naturaleza.

Moore, ofrecerá otra teoría descriptivista alternativa al naturalismo ético: el intuicionismo ético.

Intuicionismo ético

Las teorías morales intuicionistas se basan en la teoría referencial del significado.

La obra más famosa de Moore, Principia Ethica (Principios éticos), publicada en 1903, se relaciona con su afirmación de que el concepto de «lo bueno» se refiere a una cualidad sencilla, indefinible e imposible de analizar respecto a las cosas y situaciones concretas. Es una condición no natural, porque se aprehende no por el sentido de la experiencia sino por un tipo de intuición moral. La bondad es evidente, sin duda, razonaba Moore, en aquellas experiencias como la amistad y el placer estético. Los conceptos morales de derecho y deber son entonces examinados en términos de producir todo aquello que posea bondad.

Según el intuicionismo:

– Los términos éticos (como bueno) se refieren a propiedades no definibles (como el amarillo), son intuitivos, es decir, sólo podemos saber qué es bueno mediante la intuición. Pretender analizar lo «bueno», descomponiéndolo en propiedades o características, es confundirlo con un objeto de la naturaleza (falacia naturalista).
– Los enunciados morales -al menos algunos- pueden ser verdaderos o falsos gracias a la intuición, y conocer así si un acto humano es un acto moral.
– Los enunciados morales no son empíricos, es decir, no son observables por la experiencia.

Una de las críticas que se le hace al intuicionismo ético es que al basarse en la intuición moral (subjetivismo) deriva en relativismo ético, pues las convicciones varían de una cultura a otra. Es verdad que existen convicciones comunes a la mayoría de las culturas; pero hay otras que no lo son, y el intuicionista no ofrece forma alguna de averiguar cuáles son las convicciones más aceptadas.

Teorías éticas no-descriptivistas

Las teorías éticas no-descriptivistas afirman que no es posible demostrar la bondad moral por medios racionales pues las expresiones éticas son exclamaciones u órdenes que cumplen una función distinta de la de describir hechos.

También son conocidas como teorías no-cognitivistas. El proceso cognoscitivo necesita siempre una verificación, pero como en el ámbito de la moral nunca podrá ser demostrado empíricamente, no se podrá tener la certeza de que el entendimiento haya captado el objeto que intentaba alcanzar, al faltar toda posibilidad de verificación. Los juicios morales, en cuanto a que están constituidos por los valores, se escapan de todo control de tipo empírico. Por ejemplo, si alguien dice: “Esta mesa es amarilla” entonces podremos comprobar empíricamente si la proposición es verdadera o falsa (proposición descriptiva), pero si decimos: “Matar es malo”, aparentemente es una proposición descriptiva pero en realidad es una proposición prescriptiva, pues “malo” no es ningún hecho del mundo, sino un valor introducido por quien juzga, así que únicamente cabe decir que nos parece proposición correcta o incorrecta.

Los no-descriptivistas éticos, incluidos los prescriptivistas, pueden admitir fácilmente que existe un elemento en el significado de los juicios morales (el significado descriptivo) que está determinado por las condiciones de verdad; pero éstos difieren de los descriptivistas en pensar que su significado incluye un elemento adicional, el prescriptivo o evaluativo -o en autores anteriores, el emotivo- que no está determinado de este modo, sino que expresa prescripciones o evaluaciones o actitudes a las cuales asentimos sin vernos limitados por las condiciones de verdad.

Kant decía lo mismo con otras palabras cuando hablaba de la autonomía de la voluntad: «la propiedad que la voluntad tiene de ser una ley para sí misma (independientemente de cualquier propiedad relativa a los objetos de la volición)» (Kant, 1785, B A 87 = 440). El adoptar una actitud, evaluación o prescripción es una función de la voluntad autónoma, sólo limitada, en palabras de Kant, «en la idoneidad de sus máximas para convertirla en ley universal» (Kant, 1785, B A 88 441).

Hay dos tipos de teorías no-descriptivistas: el emotivismo y el prescriptivismo.

Emotivismo ético

El emotivismo ético rechaza el intuicionismo.

Las ideas más importantes del emotivismo ya se encontraban en autores como George Berkeley (1685-1753), Francis Hutcheson (1694-1746) y David Hume:

«Sea el caso de una acción reconocidamente viciosa: el asesinato intencionado, por ejemplo. Examinadlo desde todos los puntos de vista posibles, a ver si podéis encontrar esa cuestión de hecho o existencia a que llamáis vicio… Nunca podréis descubrirlo hasta el momento en que dirijáis la reflexión a vuestro propio pecho y encontréis allí un sentimiento de desaprobación que en vosotros se levanta contra esa acción. He aquí una cuestión de hecho: pero es objeto del sentimiento, no de la razón.» David Hume, Tratado de la naturaleza humana (1740)

El emotivismo evolucionó a partir de un subjetivismo simple que defendía que unas personas sienten y expresan que un acto está bien, y otras sienten y expresan que está mal, si se expresan sinceramente nuestros propios sentimientos no podemos estar equivocados, siempre decimos la verdad:

X es moralmente aceptable = Yo (el hablante) apruebo X.
X es correcto = Yo (el hablante) apruebo X.
X es bueno = Yo (el hablante) apruebo X.
X debe hacerse = Yo (el hablante) apruebo X.

X es moralmente inaceptable = Yo (el hablante) desapruebo X.
X es incorrecto = Yo (el hablante) desapruebo X.
X es malo = Yo (el hablante) desapruebo X.
X no debe hacerse = Yo (el hablante) desapruebo X.

Es decir, el subjetivismo simple interpretaba los enunciados éticos como descripciones de hecho de una clase especial; a saber, como informes de la actitud del hablante. El subjetivismo simple supuso que los juicios morales son enunciados acerca de actitudes y se enfrentó a objeciones que no pudo superar, dos de ellas fueron:

(i) El subjetivismo simple no puede explicar nuestra falibilidad: No somos infalibles, nos podemos equivocar. A veces nos equivocamos en nuestros juicios y, al descubrirlo, podemos querer corregirlos.

(ii) El subjetivismo simple no puede explicar los desacuerdos en ética. Si el subjetivismo simple es correcto, entonces cuando una persona dice: “X es moralmente aceptable” y otra dice: “X es moralmente inaceptable”, no están realmente en desacuerdo. Están, de hecho, hablando de cosas completamente distintas: cada quien está formulando un enunciado acerca de su propia actitud, con la que el otro puede perfectamente estar de acuerdo. Pero, según este argumento, la gente que dice tales cosas está realmente en desacuerdo y, por tanto, el subjetivismo simple no puede ser correcto.

Para superar estas objeciones la teoría del subjetivismo simple es mejorada y aparece una de las teorías éticas más influyentes del siglo xx: el emotivismo. El emotivismo se deshace de la suposición de que los juicios morales son enunciados acerca de actitudes y la remplazaba por una visión más refinada de cómo funciona el lenguaje moral.

Las teorías morales emotivistas se basan en la teoría verificacionista del positivismo lógico, la cual despoja a los enunciados éticos de significado cognitivo y, bajo el supuesto de que cuentan con algún significado o función que cumplir, les adjudica un significado no cognitivo y una función expresiva. El emotivismo sostiene que con nuestras afirmaciones morales no expresamos conocimiento que pueda ser evaluado como verdadero o falso, sino emociones positivas y negativas con las que intentamos influir o incidir en las emociones y comportamientos de los demás.

El emotivismo es defendido en Language, Truth, and Logic por A.J. Ayer (1910-1989) -el más radical de los emotivistas-, quien afirma que los enunciados morales no son verdaderos ni falsos porque son pseudoenunciados y con ellos sólo se expresan los gustos morales personales y hasta el intento de dar una orden. Otro representante del emotivismo es Charles L. Stevenson (1908-1979), el cual defiende en The Emotive Meaning of Ethical Terms que en los enunciados éticos puede distinguirse un contenido descriptivo y un contenido imperativo indefinido; éste es el propiamente moral. Así, en «esto es bueno», hay una descripción y la sugerencia a que otro mantenga la misma actitud que uno tiene a su respecto («yo lo apruebo y tú deberías también aprobarlo»). Stevenson, a diferencia de Ayer, sostiene que el método científico o empírico de verificación no es el adecuado para la ética.

“Cualquier descripción acerca de cualquier hecho que cualquier hablante considere que probablemente cambiará actitudes puede aducirse como una razón en favor o en contra de un juicio ético”. Stevenson, Ética y lenguaje (1944)

Según el emotivismo:

– Los términos éticos no se refieren a propiedades. Por ejemplo, «bueno» y «correcto» no pueden ser términos puramente descriptivos;
– Los enunciados morales no pueden ser verdaderos o ni falsos;
– Por lo tanto, el discurso de la Ética no es racional, ya que no describe sino que expresa y prescribe mediante emociones.

El emotivismo fue rebatido debido a que llega demasiado rápido a la conclusión de que no se puede razonar sobre cuestiones morales. Los emotivistas llegan a esta conclusión porque añaden una premisa adicional falsa, a saber, la de que las únicas cuestiones sobre las que podemos razonar son las fácticas. La lectura de Kant y su Crítica de la razón práctica (1785, B A 101 = 448) o incluso de Aristóteles con su «phronesis» o «sabiduría práctica» (que según él es epitáxica o prescriptiva -Ética a Nicómaco, 1143 a 8) les habría evitado este error.

Por ello, los juicios morales necesitan estar respaldados por razones, puesto que sin ellas son arbitrarios. Toda teoría adecuada de la naturaleza del juicio moral debe, por tanto, poder explicar la conexión entre juicios morales y las razones que los apoyan. Cualquier hecho no puede contar como una razón para apoyar cualquier juicio, de ahí la importancia de la razón en la Ética.

Algunos emotivistas se volvieron irracionalistas porque asimilaron los juicios morales a imperativos y cometieron un error sobre los imperativos aún demasiado común, a saber, pensar que obtienen su significado a partir de sus propiedades causales. Ésta puede denominarse la teoría del «empujón verbal» del significado de los imperativos. Supone un fallo en la distinción entre lo que John Langshaw Austin (1911-1960) denomina actos ilocutivos (la intención o finalidad concreta del acto de habla) y actos perlocutivos (los efectos que el enunciado produce en el receptor en una determinada circunstancia) (Austin, 1962). Pero los empujones verbales y los estímulos psicológicos no forman parte del significado ni de los imperativos ni de los actos de habla morales (Urmson, 1968, pág. 130 Ss.; Hare, 1971, s.f.).

La tesis de que los juicios morales son una suerte de prescripciones (quizás no idéntica al tipo imperativo simple, y sin duda de lógica más compleja) es congruente con que existan reglas de razonamiento que rigen el pensamiento moral. De la constatación de que podemos razonar sobre cuestiones no fácticas surge el prescriptivismo.

Prescriptivismo ético

El prescriptivismo también es conocido como decisionismo. Tiene su origen en la concepción del significado como uso, según la obra final de Wittgenstein (1889-1951) Investigaciones filosóficas, es decir, entiende que las palabras son como las herramientas de una caja, capaces de cumplir muy distintas funciones. El prescriptivismo aparece en las doctrinas linguísticas -que siguieron a Wittgenstein- de J.L.Austin, que en su libro póstumo Cómo hacer cosas con palabras (1962) formuló una de las primeras teorías en pragmática de la filosofía del lenguaje: la teoría de los actos de habla, y también aparece en las doctrinas de Searle. El principal representante del prescriptivismo es Richard M. Hare (1919-2002).

De la película de Derek Jarman Wittgenstein se han extraido las
secuencias en las que se exponen las teorías sobre el lenguaje en
Investigaciones filosóficas de Wittgenstein. (Link)

Existe una línea vaga de pensamiento filosófico, derivada quizá de algunas doctrinas asociadas con Wittgenstein, la cual sostiene que no podemos significativamente atribuir estados de conciencia a seres sin lenguaje, pero lo que afirma esta idea no es cierto[1].

En lógica, se entiende que un enunciado es una oración que puede ser verdadera o falsa, como «está lloviendo», «hace frío» o «Venus es un planeta». En este sentido, los argumentos lógicos se componen de enunciados: las premisas y la conclusión. De acuerdo con esto, para la teoría de las condiciones de verdad, comprender el significado de una oración, como la utilizada para efectuar un enunciado, consiste en comprender las condiciones de verdad del enunciado, es decir, lo que ha de darse para que se denomine verdadero. Quienes afirman que esto es así para todas las oraciones pueden ser denominados descriptivistas tout court. Este descriptivismo radical que trata todo acto del habla como si fuera una proposición lógica es obviamente falso -Austin lo denominó falacia descriptiva (Austin, 1961, pág. 234; 1962, pág. 3), pues existen sin duda oraciones y expresiones cuyo significado no está determinado por las condiciones de verdad, por ejemplo, gracias o cualquier imperativo, carecen de condiciones de verdad pero podemos comprender su significado.

Según el prescriptivismo, existen reglas de razonamiento que rigen los actos de habla tanto descriptivos como no descriptivos. Quien utiliza actos del habla no descriptivos, por ejemplo los imperativos (prescripciones), debe hacerlo de manera lógicamente consistente para que sea coherente. Por ello, concluyen que el principal interés de quien cultiva la filosofía práctica debería ser el conocimiento de estas reglas.

El tipo de prescriptivismo más examinado es el prescriptivismo universal. Los enunciados éticos expresan prescripciones o mandatos, pero de tal índole que en el fondo permiten adoptar criterios de discusión sobre las argumentaciones morales (con lo que, en este aspecto, esta teoría sobre «qué es bueno o moral» deja de ser meramente no cognitiva). Su punto de vista es que lo moral es aquello que se presenta como un «mandato universalizable», esto es, un enunciado ético es un juicio prescriptivo, que puede ser un imperativo, una norma o un juicio de valor, o valoración. Un imperativo se impone a una persona, porque ésta admite normas, y éstas debe admitirlas porque participa de la común aceptación de unos valores en los que socialmente se halla inmerso. «No matarás» es un imperativo; si se pregunta «¿por qué?», se responde que «hay que respetar la vida de los demás (a menos que ponga en peligro la propia)», norma ética, a la que, si se pregunta «¿por qué hay que respetar la vida de los demás?», puede responderse: «porque la vida humana se considera un valor supremo». Al decir «no matarás», se expresa también la adhesión personal a un principio que expresa un valor universal y, por lo mismo, quien hace un juicio moral que prohíbe o prescribe una acción determinada, afirma también que la prescribe y prohíbe para cualquier ocasión, persona o situación.

Si a y b son dos individuos, no se puede decir con coherencia lógica que a debe actuar, en determinada situación especificada en términos universales sin referencia a individuos, de una de terminada manera, también especificada en términos universales, pero que b no debe actuar de una manera especificada de forma similar en una situación similarmente especificada. Ello se debe a que en cualquier enunciado de «debe» existe un principio implícito que dice que el enunciado se aplica a todas las situaciones similares. Esto significa que si yo digo «debe hacerse esto; pero podría existir una situación con propiedades no morales exactamente como ésta, pero en la que la persona en cuestión exactamente igual a la persona que debe hacerlo en esta situación no debe hacerlo», me contra digo (Hare, 1963, pág. 10 ss.). Esto resultaría aún más claro si especificase mis razones para decir por qué debe hacerse: «debe hacerse porque era una promesa, y había ahora deberes en conflicto».

Se entiende que la «situación» incluye las características de las personas que concurren en ella, así como sus deseos y motivaciones. Si el hablante dice que a debe hacer algo a c, pero que b no debe hacer lo mismo a d, porque los deseos de c y d son bastante diferentes, no está pecando contra la universalizabilidad, porque deseos diferentes hacen diferentes las situaciones. Bernard Shaw dijo «no hagas a los demás lo que te gustaría te hiciesen a ti. Su gusto puede no ser el mismo» (Shaw, 1903, pág. 227). Tampoco hay que confundir la universalidad con la generalidad (Hare, 1972, pág. 1 ss.), las reglas universales no tienen porqué ser reglas generales muy simples. Pueden existir tanto relaciones como cualidades universales. Por ejemplo, el enunciado «todos deben cuidar a su madre en la vejez» es un enunciado universal, pero no significa que se tenga el deber de cuidar de la madre de otras personas. Lo mismo puede decirse sobre el enunciado «todos deben guardar sus promesas pero no las de otras personas».

Según el prescriptivismo:

– Los enunciados morales no son empíricos, pero son similares a otros enunciados no fácticos como ordenar, prescribir, aconsejar, etc.
– Las convicciones éticas no son emociones personales sino actitudes impersonales o morales.

El prescriptivismo es una teoría ética internalista.

Internalismo y externalismo de la motivación ética

Las teorías éticas internalistas afirman que aceptar cierto juicio moral es estar eo ipso motivado de determinada manera.

Las teorías externalistas afirman que se puede aceptar un juicio moral independientemente de las propias motivaciones. Así, por ejemplo, según los externalistas no puedo decir sin contradicción o incluso incongruencia pragmática «yo debo, pero no tengo absolutamente ninguna inclinación a…».

Se ha criticado a los internalistas y a los prescriptivistas en razón de que hacen que sea imposible decir congruentemente «debes hacerlo, pero no lo hagas», o pensar que uno debe hacer algo, pero no está dispuesto a ello. La otra cara de esta moneda es que, como muestra el «pero», todos pensamos que algo falla -incluso algo a nivel conceptual y no sólo moral- en las personas que dicen algo semejante, lo cual no sucedería si fuesen correctos el externalismo y el descriptivismo. Si alguien se debatiese en la duda sobre qué debe hacer, su agonía se esfumaría si llegase a considerar la respuesta a esta cuestión como irrelevante a sus motivaciones o a lo que hizo realmente. Este problema en ocasiones ha sido denominado el problema de la akrasia o voluntad débil.

 

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